Como hasta el quinto mes pensé que tenía un muchacho en la panza (ver Bebé Transformista), toda la ropa adquirida hasta ese entonces (más la mayoría de los regalitos) derrochaban masculinidad.
Al día siguiente del anuncio del cambio del sexo del bebé y con la confirmación de que una niña estaba en camino comenzó el proceso de cambiar la indumentaria y arrasar con las perchas de vestidos.
En ese momento aprendí que con la ropa de bebé no hay problemas con los cambios y que la mayoría de los locales te dan hasta un año después de la compra para realizarlos sin problemas. Esto se debe no solo a la posibilidad de error en el sexo de la criatura sino también a problemas con los talles. Estamos comprando ropa para alguien que no sabemos ni cuánto va a medir ni cuanto va a pesar… compramos zapatos para un ser que no sabemos cuánto va a calzar y a todo esto se suma el tema del clima… no usa la misma ropa un bebé que nace en pleno verano que uno que llega a este mundo en julio.
En mi caso, estaba segura que mi beba iba a ser grandota. Me decían por las ecografías que iba a nacer con 3.300 kgs aprox y a juzgar por la genética de la madre todo hacía suponer que iba a engordar a a velocidad de la luz.
Teniendo esto en mente le compré todo para 3 meses, no quería comprar para recién nacido y que me quedara la ropa sin estrenar. A todos los que me preguntaban de qué talle le compraban regalitos, les decía “para más de 3 meses”.
¿Cómo terminó la historia? La beba se adelantó 3 semanas, pesó 2.600 kgs, al día siguiente bajó a 2.400 kgs y no tenía ropa. Todo lo que había llevado en el bolso al sanatorio era enorme (y lo que tenía en casa también)... más que vestida parecía disfrazada y más que a un bebé se asemejaba a un espantapájaros...
Conclusión? Lo más práctico es tener ropa de distintos tamaños y lo que no llegue a usar de cambia y listo!